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El templo de la justicia y el poder II – Por Ricardo Marconi

📜 El rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

El templo de la justicia y el poder II

Las obligaciones de los alcaldes eran extensas y de suma importancia. Estaban obligados a aceptar el cargo por un año, sin reelección, salvo incapacidades plenamente justificadas.
En caso de negativa por parte del elegido, el destierro era una de las alternativas. La restante era la aplicación de multas.

Las condiciones personales de los candidatos eran estudiadas por el Cabildo, organismo que debía justificar que el designado era una persona de bien, honesta, cristiana y limpia. Por otra parte, no debía el nuevo funcionario tener procesos anteriores o al momento de la elección por robos, hurtos, infamias ni haber sido inculpado de otros delitos.

Las ironías del destino hacen que en ese tiempo había pocos habitantes y muchos en condiciones de ser elegidos por su honestidad e inexistencia de antecedentes penales. Hoy por hoy, la ecuación se ha modificado, hay muchos habitantes y pocos sin antecedentes.

El nuevo alcalde debía, por su parte, probar que tenía suficiente patrimonio económico para mantener caballos y armas con que servir sus empleos y bajo órdenes del Cabildo “estar siempre pronto cuando se ofrezca alguna empresa propia de la Santa Hermandad”. Actualmente abrimos las páginas de los diarios y vemos con angustia que individuos nombrados sin patrimonio se retiran o los “expulsan del cargo” millonarios.

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Antes que en 1689 el capitán Luis Romero de Pineda recibiera como merced tierras, se produjeron cambios notables. Los indios calchaquíes merodeaban por las mismas, reducidos y manipulados por los sacerdotes franciscanos, quienes fundaron una población que se asentó en Pago del Salado.
Sin embargo, ese nuevo modo de vida no iba a perdurar. Los salvajes del Chaco destruyeron todo en un ataque tan sanguinario como certero.

Fue entonces que el aludido capitán, en el territorio apuntado –ubicado a 27 leguas de Santa Fe, desde el río Paraná al este; el arroyo Saladillo (hoy Ludueña) al norte; paraje Matanzas al sur y al oeste todo lo que no tuviera propietario-, reconstruyó el caserío y le dio un nombre: Pago de los Arroyos.

Fallecido Pineda, sus hijas lo heredaron y como consecuencia de ello comienza la división de tierras en parcelas y, lentamente, en las mismas, se suma población que con ayuda nativa levanta un caserío.
Las estancias se incrementaron progresivamente hasta el primer tercio del siglo XVIII y eran protegidas por fuertes, debido a la belicosidad de los indios.

Fue en ese período en que llegó al lugar el primer sacerdote para instalar una capilla de barro y paja y para abrir los primeros registros parroquiales, a cuyos laterales se erigieron ranchos, que contenían una población de 248 vecinos –censo de 1741- entre mulatos, blancos e indios. Nueve años antes -1730-, luego de la creación del Curato, en los alrededores de la capilla erigida, la población celebraba el primer día de cada mes de octubre la fiesta de la Virgen del Rosario.(1)

La jurisdicción territorial se convierte en importante puerta de acceso para recibir inmigrantes. Se crea la Comisión Protectora de la Inmigración ante el número elevado de extranjeros que llegaba a la ciudad.

De los 250 habitantes del Pago de los Arroyos en 1763, la población se elevó a 9.785 en 1858. Posteriormente, entre 1870 y 1880 ingresó un promedio de 3.000 inmigrantes por año y entre 1869 y 1914, la población se multiplicó casi por 10. En ese entonces Rosario estaba dividida en tres zonas o núcleos: Centro, Saladillo y Ludueña.

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En el progreso sustantivo del pueblo naciente, tuvo mucho que ver Santiago Montenegro, un ganadero que, además, cosechaba trigo y tenía una pulpería. Él diagramó las bases de la renovada localidad y dispuso la construcción de una nueva capilla, pero esta vez de material. En 1751 es nombrado alcalde.(2)

Llegaron años durísimos, con restricciones impuestas sobre el puerto local para proteger el de la Capital y ello propicia el contrabando, a la vez que la falta de trabajo se torna crítica.

El que lo consigue percibe salarios miserables y el desaliento es el pan de todos los días. El virrey del Río de la Plata se las ve venir fuleras y emite, sin prolegómenos, un bando protector de los intereses de las familias acaudaladas a fin de evitar incendios de los trigales como expresión de resistencias de la población económicamente menos favorecida. Para colmo el sistema de atención sanitaria fue francamente penoso y las epidemias expandieron la muerte que se enseñoreó en los poblados sin miramientos.

Los carros llenos con cadáveres insepultos estuvieron varios días en la vía pública hasta que se cavaron fosas comunes.

A todo esto, en 1812 el general Manuel Belgrano crea nuestra enseña patria y tres años más tarde la violencia política degenera en un enfrentamiento entre porteños y provincianos. Cuatro años más tarde la capilla del Pago de los Arroyos es incendiada, dejando una vez más una estela de muerte.

Recién en 1832, la villa se separa de Santa Fe, de la cual dependía y comienza un lento progreso, reconstruyéndose la capilla y se imponen las primeras ordenanzas tendientes a organizar la vida ciudadana.

Este trabajo tiende a detallar – como lo enunciamos oportunamente- los episodios de violencia política y sus protagonistas. Por dicha razón no podemos dejar de lado que con la llegada de Estanislao López se logra autonomía, pero continúan, incesantes, las arremetidas contra los villorrios y la seguridad era un tema tan o más candente que en la actualidad (11/ 2014).

Las convulsiones políticas que escinden a unitarios y federales azotan a los habitantes de Rosario y la sombra del contrabando hasta 1852.

Por iniciativa de Justo José de Urquiza, la Sala de Representantes de Santa Fe sanciona la Ley que eleva a ciudad la categoría de Rosario, teniendo en cuenta su posición local. Así, su creciente número de habitantes y el comercio comienza a perfilarse con el resto de los pueblos del país.

Creemos haber presentado hasta aquí al lector un sucinto esquema previo y realista de la actividad político–institucional-social y económico que sirve como preámbulo a la primera parte de un derrotero de avances y retrocesos del quehacer de una ciudad como la de Rosario en la que seguía armándose subterráneamente el rompecabezas de la muerte que merecerá, por cierto otros capítulos en los que la sangre seguirá cubriendo cuerpos exánimes.

 

(1) Miguel Ángel Chiarpenello. Rosarinos Ilustres. La Capital.

(2) Debemos acotar que en el diagrama aludido siempre se erigen construcciones en torno de la plaza mayor que llevan la impronta de un trazado romano, inspirado en la retícula de los campamentos militares. Podían ser cuadradas o rectangulares y se las trazaba utilizando una cuerda. En su origen fueron pensados como centros de ceremonias en torno de los cuales se disponían los edificios representativos de los máximos valores de la sociedad conquistadora, esto es la fe, la política y la justicia del Cabildo. Eran las plazas mayores el centro simbólico de la ciudad y por ese motivo el fundador de una ciudad y los asesores del mismo instalaban sus casas en las manzanas adyacentes a la misma.

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Foto Rosario en el recuerdo: En 1910 la pujante burguesía rosarina festeja el primer siglo de la Revolución de Mayo, no con un festival de estatuas como ocurre en otros lugares de la República sino creando dos instituciones perdurables para la ciudad de la que se asume clase rectora. Una será la Biblioteca Argentina (propulsada especialmente por Juan Alvarez) inaugurada en 1912; y la otra, el Hospital del Centenario, cuya fachada sobre calle Urquiza vemos en sus primeros años de existencia

Viene de acá: El templo de la justicia y el poder (3)
Continúa aquí: El Miedo

 

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